sábado, 20 de junio de 2009

Inmaculado Corazón de María


Por Cynthia G. de Hernández

“Al consagrarnos al Corazón de María, descubrimos el camino seguro al Sagrado Corazón de Jesús, símbolo del Amor Misericordioso de Nuestro Señor”. ~Juan Pablo II

La Santísima Virgen entregó su corazón junto con el de Jesús en la Cruz. Así se manifestó en el más alto grado de amor.

El corazón de Jesús y de María, están destinados a reinar sobre todo.

“No tengáis miedo abrid vuestro corazón a Cristo” ... fueron las primeras palabras de Juan Pablo II al salir al balcón de la Basílica de San Pedro al comienzo de su pontificado.

Dios desea que todos los hombres abramos nuestro corazón a Su infinito Amor y así vivamos como hijos suyos, y hermanos de todos.

María, abrió su corazón desde un comienzo de su vida; como toda criatura, comenzó por conocerlo. Pero su amor, su corazón fue creciendo porque guardaba todas las cosas en su corazón; las meditaba constantemente. Mira nuestras vidas y no está cerrado a nadie. Desea y se preocupa por nuestras necesidades. Pero lo que más ansía es llevarnos junto a su Hijo, acercarnos a Él para que lleguemos al cielo.

Pero yo, ¿abro mi corazón al amor de Dios? ¿Guardo las cosas de Dios y las medito, o me mantengo cerrado con un corazón de piedra, seco, acartonado?

María caminó segura, y nos preguntamos, ¿por qué? Porque Ella siempre dijo “sí” a lo que Dios le pidiera. No le importaron, sufrimientos, angustias, o lo que fuera, porque tenía un amor muy grande. Sabía que su tesoro era Jesús, “porque donde esté tu tesoro ahí estará también tu corazón” (Mt. 6, 21).

En ese amor enorme de la Santísima Virgen, en ese corazón amoroso de Madre, cabemos todos.

Pero, ¿quiero estar ahí, dentro de Su corazón? ¿Estoy dispuesto a decir "sí" como Ella, a vivir con la dignidad de hijo de Dios y de María, a perdonar, amar, servir como lo hizo Ella?
Perdonar, amar, servir, darse del todo... vienen directamente del corazón. Sólo una persona, un ser humano lo puede hacer, y cuando lo hace se asemeja más a Dios. Son acciones que no se pueden hacer mecánicamente, se tiene que decidir hacerlo y querer hacerlo.

Esas decisiones vienen a veces después de meditar y de estar convencidos de que nuestra vida no es para nosotros, de que hemos sido llamados por el hecho de ser Bautizados a ser santos, a olvidarnos de nosotros y a pensar en las necesidades de otros.

En mi trabajo de médico, abogado, músico, periodista, ama de casa, enfermera o en una cama enfermo, ahí me puedo hacer santo; sólo se requiere hacer todo por amor, amor sincero, por Dios y por los demás. ¿Qué me cuesta sonreír un poco más? ¿Qué me cuesta dar las gracias? ¿Qué me cuesta hacer un favor sin que el otro lo note? Si tengo que decir que no a algo, ¿por qué lo hago de la forma más brusca?

"Ahora comienzo" es una frase que necesitamos repetirnos porque sabemos que a veces cometemos muchos errores, pero confíamos en la gracia del Espíritu Santo para empezar nuevamente. Y así hasta que nuestra vida llegue a su final.

En el Avemaría le repetimos que pida por nosotros en nuestra vida y a la hora de nuestra muerte. Ella estará en nuestro lecho diciéndonos que nos espera, para llevarnos de la mano delante de su Hijo y ahí, nos acompañará a la hora de nuestro juicio particular para recordarle a Nuestro Padre del cielo lo que hicimos bueno.

“Recuerda, Virgen Madre de Dios, cuando estemos delante del Señor, hablar cosas buenas de nosotros.”

Al igual que el de Jesús, el corazón de María está traspasado, y continúa abierto porque los hombres continuamos obstinados, alejándonos del bien. En sus apariciones, la Virgen nos pide que recemos, que hagamos penitencia, nos habla de las almas que se condenan, que ofrezcamos esas oraciones, sobre todo el rezo del Santo Rosario por las almas de los pecadores.

¿Me esfuerzo en rezar un poquito más cada día? ¿Me conformo con pensar que quizá hay otros que ya lo hacen y que no hace falta que yo lo haga? ¿Me sacrifico en cosas pequeñas para ayudar a otros, para hacer feliz el camino en la tierra de muchos y ayudarles a que encuentren el camino al cielo?

Luchemos con la alegría de sabernos vencedores, porque “si Dios está conmigo, ¿quién contra mí?”

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