Por Cynthia G. de Hernández.
Sta. Teresa de Jesús, estando en oración con un crucifijo en la mano, viéndolo se conmovió hasta las lágrimas y con todo el amor de su corazón, le dijo a Jesús: “¿Quién te hizo esto mi Señor?”, y el Señor le respondió: “Tú, Teresa, con tus frivolidades”.
¡Cómo no conmoverse al ver ese corazón amorosísimo de Jesús en la Cruz traspasado por amor nuestro!
En ese corazón sólo encontramos un amor enorme, desinteresado, pero al mismo tiempo necesitado de una correspondencia de amor de parte nuestra.
¿Cuántas veces hemos dejado a un lado ese Amor por otros amores?, amores que nos van dejando el alma mas apegada a nuestros gustos, a nuestros egoísmos.
Pensemos en un amigo que lo deja todo por nosotros, sin querer recibir nada y nos ofrece toda clase de ayudas, no tenemos más que agradecimiento y deseo de devolver aquel amor, sin preguntarnos si nos cuesta o si es oportuno o exagerado.
Pues es lo mismo con ese Amor que El Señor nos ofrece, de su Corazón brotó Su Preciosísima Sangre hasta la última gota. Yo, ¿qué puedo darle? ¿Intento siquiera acordarme de que me amas durante el día?, ¿Estoy convencido de que todo lo que me das o a veces permites que no tenga es porque me ama? ¿Desespero al no conseguir o al no tener lo que te pido con la rapidez que espero?
Amar ese corazón es tratar de comprenderlo; se conforma con tan poco. Lo que yo le puedo dar, es precisamente esas pequeñas cosas que durante el día me suceden, buenas o menos buenas, ofrecérselas por amor a Él con paciencia, con muestras de cariño a los otros.
Hay que saber darle gracias, pedirle perdón, adorarlo, y reparar, en todo momento… lo que más desea es que nos amemos los unos a los otros, viviendo en paz primero en nuestro interior, para luego derramar entre los nuestros esa paz que tanto se necesita para que las familias vayan siendo más unidas, y los hijos aprendan a amarse entre ellos, los esposos a sostenerse mutuamente, en las buenas y en las malas, en salud y enfermedad, como lo prometimos delante del altar.
No es poca cosa, es un camino que hemos de recorrer para poder llegar al centro de ese Corazón y ver que esa llaga que hemos abierto sigue y quiere seguir, derramando todos los días amor, comprensión, ternura.
De su Corazón brotan los Sacramentos, los siete que vivimos en la Iglesia, aprovechemos mucho la gracia de éstos, sobre todo los que podemos recibir con frecuencia, la Confesión, y con un alma limpia la Comunión.
En estos días al estar en misa, a la hora de comulgar tuve una experiencia hermosa, al ver a una mamá joven llevar a su niño en la fila junto con ella de la comunión. El pequeño no tenía más que unos 4 años y con sus manos juntas se acercó al sacerdote, éste lo bendijo con la Sagrada Hostia y luego puso en sus tiernos labios a Jesús en la Eucaristía para que lo besara. Después esa misma Hostia que sabemos contiene a Jesús en su cuerpo, su sangre, su alma y su divinidad, se la dio de comulgar a su mamá.
Así vamos pasando de generación en generación el amor a Jesús, en la Hostia, el amor a su Corazón, que lo único que desea es que lo amemos con todas nuestras fuerzas.
Pensemos diariamente en cualquier circunstancia, “todo es para bien”, si Jesús me lo da o me lo quita, o me hace esperar es porque así conviene para mi bien y la salvación de mi alma.
Nunca desesperemos, hay que seguir pidiendo, con fe. Alguna vez escuché a un sacerdote en alguna homilía decir:“La única razón para dejar de pedir lo que traemos en el corazón es porque ya se nos concedió”. Y luego a dar gracias.
Hay una oración hermosa que pudiéramos repetir cada vez que comulgamos o estamos silenciosamente hablando con Jesús:
¡Cómo no conmoverse al ver ese corazón amorosísimo de Jesús en la Cruz traspasado por amor nuestro!
En ese corazón sólo encontramos un amor enorme, desinteresado, pero al mismo tiempo necesitado de una correspondencia de amor de parte nuestra.
¿Cuántas veces hemos dejado a un lado ese Amor por otros amores?, amores que nos van dejando el alma mas apegada a nuestros gustos, a nuestros egoísmos.
Pensemos en un amigo que lo deja todo por nosotros, sin querer recibir nada y nos ofrece toda clase de ayudas, no tenemos más que agradecimiento y deseo de devolver aquel amor, sin preguntarnos si nos cuesta o si es oportuno o exagerado.
Pues es lo mismo con ese Amor que El Señor nos ofrece, de su Corazón brotó Su Preciosísima Sangre hasta la última gota. Yo, ¿qué puedo darle? ¿Intento siquiera acordarme de que me amas durante el día?, ¿Estoy convencido de que todo lo que me das o a veces permites que no tenga es porque me ama? ¿Desespero al no conseguir o al no tener lo que te pido con la rapidez que espero?
Amar ese corazón es tratar de comprenderlo; se conforma con tan poco. Lo que yo le puedo dar, es precisamente esas pequeñas cosas que durante el día me suceden, buenas o menos buenas, ofrecérselas por amor a Él con paciencia, con muestras de cariño a los otros.
Hay que saber darle gracias, pedirle perdón, adorarlo, y reparar, en todo momento… lo que más desea es que nos amemos los unos a los otros, viviendo en paz primero en nuestro interior, para luego derramar entre los nuestros esa paz que tanto se necesita para que las familias vayan siendo más unidas, y los hijos aprendan a amarse entre ellos, los esposos a sostenerse mutuamente, en las buenas y en las malas, en salud y enfermedad, como lo prometimos delante del altar.
No es poca cosa, es un camino que hemos de recorrer para poder llegar al centro de ese Corazón y ver que esa llaga que hemos abierto sigue y quiere seguir, derramando todos los días amor, comprensión, ternura.
De su Corazón brotan los Sacramentos, los siete que vivimos en la Iglesia, aprovechemos mucho la gracia de éstos, sobre todo los que podemos recibir con frecuencia, la Confesión, y con un alma limpia la Comunión.
En estos días al estar en misa, a la hora de comulgar tuve una experiencia hermosa, al ver a una mamá joven llevar a su niño en la fila junto con ella de la comunión. El pequeño no tenía más que unos 4 años y con sus manos juntas se acercó al sacerdote, éste lo bendijo con la Sagrada Hostia y luego puso en sus tiernos labios a Jesús en la Eucaristía para que lo besara. Después esa misma Hostia que sabemos contiene a Jesús en su cuerpo, su sangre, su alma y su divinidad, se la dio de comulgar a su mamá.
Así vamos pasando de generación en generación el amor a Jesús, en la Hostia, el amor a su Corazón, que lo único que desea es que lo amemos con todas nuestras fuerzas.
Pensemos diariamente en cualquier circunstancia, “todo es para bien”, si Jesús me lo da o me lo quita, o me hace esperar es porque así conviene para mi bien y la salvación de mi alma.
Nunca desesperemos, hay que seguir pidiendo, con fe. Alguna vez escuché a un sacerdote en alguna homilía decir:“La única razón para dejar de pedir lo que traemos en el corazón es porque ya se nos concedió”. Y luego a dar gracias.
Hay una oración hermosa que pudiéramos repetir cada vez que comulgamos o estamos silenciosamente hablando con Jesús:
No me mueve mi Dios, para quererte,
El cielo que me tienes prometido;
Ni me mueve el infierno tan temido,
El cielo que me tienes prometido;
Ni me mueve el infierno tan temido,
para dejar por eso de ofenderte.
¡Tú me mueves Señor! Muéveme, el verte
¡Tú me mueves Señor! Muéveme, el verte
clavado en una Cruz y escarnecido,
Muéveme, el ver tu cuerpo tan herido,
Muéveme, tus afrentas y tu muerte.
¡Muéveme, en fin, tu amor! de tal manera,
Muéveme, el ver tu cuerpo tan herido,
Muéveme, tus afrentas y tu muerte.
¡Muéveme, en fin, tu amor! de tal manera,
que aunque no hubiera cielo yo te amara
y aunque no hubiera infierno te temiera.
No me tienes que dar porque te quiera,
Pues aunque lo que espero no esperara,
¡Lo mismo que te quiero, te quisiera!
y aunque no hubiera infierno te temiera.
No me tienes que dar porque te quiera,
Pues aunque lo que espero no esperara,
¡Lo mismo que te quiero, te quisiera!
~ Fray Miguel de Guevara
Cynthia ha escrito varias reflexiones para familiacatolica y le damos gracias a Dios por su generosa contribución.
Preciosa reflexion! Gracias Cynthia! Me parecio maravillosa la idea de que el niño bese la hostia antes que la madre comulgue. Nunca lo he visto yo. Aca en EU es muy comun que el padre bendiga al niño que no ha hecho la primera comunion. Cuando visitamos Mexico mis niños extrañaron mucho el no recibir la bendicion del sacerdote. Iban listos en la fila de la comunion y los ministros de la eucaristia solo se les quedaban viendo sin saber que hacer. Como cambian las costumbres, verdad? yo tampoco lo habia pensado hasta que nos sucedio.
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