viernes, 6 de agosto de 2010

Reflexión sobre la Transfiguración del Señor

Fuente Foto
Por Cynthia G. de Hernández

En el Evangelio de San Lucas 9, Marcos 6, Mateo 10 narra que unas semanas antes de su Pasión y Muerte, subió Jesús a un monte a orar, llevando consigo a sus tres discípulos predilectos, Pedro, Santiago y Juan. Y mientras oraba, su cuerpo se transfiguró. Sus vestidos se volvieron más blancos que la nieve y su rostro más resplandeciente que el sol. Y se aparecieron Moisés y Elías y hablaban con El acerca de lo que le iba a suceder próximamente en Jerusalén.
El Señor escogió a tres de sus mas queridos apóstoles, Pedro, Santiago y Juan, éstos al ver a su Maestro trasfigurado, con la belleza que algún día nosotros mismos gozaremos, al llegar al Cielo, quisieron quedarse y hacer unas tiendas para estar siempre ahí.
Ni ojo vio, ni oído oyó; todo lo que tiene Dios preparado para el hombre. Pues ellos la presenciaron y cuál sería esa luminosidad, esa paz y confianza que percibieron los apóstoles, para querer permanecer siempre a su lado.
Era necesario que se les presentara de esa forma, pues los apóstoles sufrirían la agonía del Huerto y la Pasión de Jesucristo. Sin haberlo visto revestido de su gloria no hubieran podido soportar ni humanamente ni espiritualmente tal prueba. Al verlo así transfigurado quedó en su alma la esperanza de la Resurrección.
Con la fiesta de la Transfiguración que celebramos el 6 de Agosto, la Iglesia nos hace recordar que así brillaremos y brillará Ella misma al final de los tiempos. Nuestras almas brillarán mas que la luz del sol, porque serán reflejo de esa luz celestial.
En el momento de la Transfiguración, se oyó la voz del Padre diciendo “Éste es mi hijo muy amado, en quien tengo todas mis complacencias: ESCUCHADLO”.
Escuchar al Jesús. ¿Cuánto deseamos escuchar a Nuestro Señor? ¿O acaso le tenemos miedo? A veces podemos pensar: "es que me pedirá mucho"… Si tenemos ese miedo es que no hemos conocido profundamente su corazón, o no hemos meditado con humildad sus preceptos. Abramos los oídos del alma, seamos valientes, generosos, fieles y ya veremos, la gran recompensa que nos dará, nos ha prometido el ciento por uno y la vida eterna.
Dios nos habla en medio de nuestras actividades, nos va dando mociones a través del Espíritu Santo, pero si tenemos solamente trepidación en el alma, preocupaciones personales, jamás podremos escuchar lo que Dios nos dice.
Lo que un hijo amoroso quiere es complacer a su padre. Los cristianos hemos de desear ser el consuelo de Nuestro Padre Dios. Para ser también la complacencia de Dios, será necesario dejar que el Espíritu Santo esculpa en nosotros la figura de Cristo. Esa voz o mociones hay que ponerlas por obra, si nosotros no correspondemos, Dios nos irá retirando las mociones y la gracia para poder identificarnos con la figura de Cristo.
Imagina sus gestos, sus sentimientos, sus deseos de servir, métete en el Evangelio y piensa cuando vio a la muchedumbre hambrienta por seguirlo, se preocupó y con su divino poder los alimentó multiplicando los panes y peces.
Cuando murió su amigo Lázaro, lloró, cuando estaba en la Cruz, pidió perdón por los que lo maltrataban, porque no comprendían lo que hacían.
Hoy en cada misa, pide perdón por nosotros, intercede ante el Padre para que nos perdone pues no sabemos lo que hacemos cuando no nos portamos como sus hijos. Cuando no sabemos abandonarnos en sus amorosas manos y cumplir y amar su Voluntad santísima.
Algunos santos comentan que Jesús, siempre estaba transfigurado, que su rostro irradiaba una luz brillante como la de los grandes santos, pero los apóstoles y todos los demás estaban tan entretenidos en cosas insignificantes que no lo veían de ese modo y tuvo que retirarlos, apartarlos, silenciarlos para que pudieran verlo tal cual es.
Por eso nosotros hemos de voltear al cielo, estar pendientes de las cosas que por supuesto tenemos que hacer, en la tierra, pero voltear al cielo.
Ese voltear al cielo es hablar, dialogar con Jesús, con su Madre, con el Espíritu Santo, cada día, unos minutos a solas con Dios. Nuestra alma se llenará de paz, veremos las cosas como las ve Él, nos transformándonos poco a poco, hasta que seamos un espejo que refleje la imagen de Cristo.
Es un proyecto de toda la vida, luchar y luchar, caer y levantarnos, volver a empezar, tener la certeza de que Dios nos acompaña, que ve nuestras luchas aunque no haya muchas victorias, y se complacerá. Nos ama tanto que le damos gusto con poco.
Si nosotros no tenemos esos ratos de intimidad con El Señor, con nuestro Maestro, no podremos llevar la cruz de cada día con alegría. Nuestra vida será un calvario sin resurrección.
Y esa no es nuestra realidad, tenemos la esperanza cierta de que cuando vamos caminando serenos, alegres cumpliendo lo que Dios nos pide, sabremos que hay dolor pero que vendrá ese momento en el que Dios nos recogerá y nos dirá, “Misión cumplida”. Ven a gozar conmigo.
Pídele a Jesús frecuentemente, “muéstrame tu rostro”, y su rostro transfigurado está en los enfermos, en los pobres, en el enemigo, en la sed, la humillación, en el hambre, y cuando reconozcamos ese rostro vendrá la luz a nuestras almas y amaremos todas las realidades que nos rodean, y olvidaremos nuestros propios problemas para pensar en los otros a los que Dios también ama.

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Fragmento de la película de "Jesús" que muestra la Transfiguración:

             

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